Es un pueblo muy bonito y bien conservado famoso no solo por su belleza, sino por la posibilidad gastronómica que ofrece de comer el cocido maragato, un plato tradicional riquísimo en calorías y sabor que se sirve al contrario de otros cocidos, las carnes primero, luego los garbanzos y para terminar la sopa.
No lo he probado, me da un poco miedo tanto festín, soy mas de probar cosillas sueltas, más de tapeo o racioneo, pero no dudo que estará muy rico, ya que en esta provincia se come muy bien en todas partes.
Lástima que no encontráramos ni un bar donde tomarnos una bebida o un picoteo, por lo menos nos dejaron ir al baño, si no, nos quedaba el campo. Ese día o el cocido o nada. Pero en tiempos de covid uno no puede quejarse de nada, sino que aguanta lo que sea, incertidumbres e incomodidades.
Aquí van las fotos. Ya solo queda la vuelta, corriendo a casita que la cosa estaba ya a mediados de agosto poniéndose fea de nuevo. PCR por todas partes (o “tamponi” aquí en Italia).
Excepto un afortunado y subvencionado viaje a Trieste en septiembre, después de esto: a casita que llueve. ¿Cuándo podremos volver a movernos un poco? ¿Tendremos que estar vacunados? Pues al paso que van, todavía queda bastante…
A soñar e imaginar, que es gratis, mientras no haya otra cosa.
Y para terminar, una puerta fotogénica. Tenía otra bonita pero no me deja meter la foto, no sé por qué, caprichos de la tecnología…
Que la fuerza y la paciencia os acompañen.